No recuerdo la fecha exacta de mi primer encuentro con Graciela, pero
debió ser entre septiembre de 1960 y abril de 1961, cuando se armaban mítines
en cuestión de minutos en la
Universidad de La
Habana y las visitas de Fidel a la Colina unían un día con el
siguiente.
Graciela Hernández Torres cubría la información de la Universidad para Radio
Reloj, además de colaborar para los periódicos Combate, La Calle o Prensa Libre, porque
sus reportes tomaban alas después de ella escribirlos.
Ella era periodista de la vieja escuela, de los que trataban de llegar a la noticia antes que se produjera, de los que hacen preguntas inteligentes sin ser incisivas.
De Graciela dicen que tenía contactos en todos los ámbitos de la sociedad habanera
de entonces y no podía ser de otra manera, porque tenía ese carácter intimista,
de alegre confesora que arrancaba la información de sus fuentes, casi sin éstas
darse cuenta.
Era una criollita de Wilson (caricaturista famoso desde antes de la Revolución) que dibujaba las mujeres como una botellita de CocaCola. Graciela gustaba del baile y de la vida bohemia como cultora del movimiento del
“feeling”. Hasta dicen que José Antonio Méndez le dedicó su emblemático tema
“Novia Mía”.
Gabriel Molina cuenta que en Radio Reloj la pusieron a cubrir tribunales
y nunca dejó de mantener esas informaciones en la programación de la emisora.
Pero igual hacía con Combate, diario dirigido entonces por el comandante
Guillermo Jiménez, quien alcanzó sus grados en las huestes del Directorio
Revolucionario 13 de Marzo.
Por su misma actividad, Graciela visitaba con frecuencia la Secretaría de
Relaciones Exteriores de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU),
primero ocupada por José (el Chino) Venegas y luego por Roberto Vizcaíno
Laffita, con quienes trabajé hasta que en 1962 pasé a la Presidencia de la FEU a las órdenes de Ricardo
Alarcón primero y más adelante, de José Rebellón.
Graciela llegó a ser otra representante más de la FEU por su don de gentes que
le permitió asumir tareas organizativas desde una reunión del Comité Ejecutivo
de la Unión
Internacional de Estudiantes hasta el desfile de carnaval de la Universidad.
En otra ocasión le tocó acompañar una delegación de alto nivel como la
visita a Cuba del periodista estrella del diario The New York Times, Herbert
Matthews y su esposa, pero en ninguna de estas actividades dejó de realizar sus
deberes como periodista.
Para todo dirigente en cargos responsables fue Graciela la voz del
pueblo. Directa y espontánea, muchos la recuerdan decir: “yo creo que el pueblo
no va a entender lo que usted quiere decir” o “el pueblo está esperando por
esta noticia”.
Su cercanía al Directorio Revolucionario 13 de Marzo, no se limitó a sus
dirigentes, sino también a los más humildes seguidores del movimiento
estudiantil como fue el caso de Aleida Rodríguez, trabajadora de limpieza en el
Hospital Calixto García, que conocía mejor a médicos, enfermeros y empleados del centro mejor que el Director del hospital.
Estos antecedentes involucraron a Graciela, de oficio y corazón, al juicio contra el
delator de los mártires de Humboldt 7, edificio donde se escondían cuatro
revolucionarios después del atentado del 13 de marzo de 1957 al dictador Batista en el Palacio Presidencial.
El sospechoso de la traición fue un compañero de los asesinados, Marcos
Armando Rodríguez, pero después de regresar este del exilio en 1959, no se tenían
las evidencias necesarias y no fue hasta el 13 de marzo de 1964 que se le
celebró juicio.
Para este importante y emotivo evento, Graciela pensó en mí para que la
ayudara tomando versión taquigráfica de lo que allí se dijera por su
repercusión en otras esferas políticas de la nación.
El acusado, desde su regreso a Cuba en 1959, sintió el peso de la sospecha sobre
su persona. Pero no fue hasta el 13 de marzo de 1964 que se inicia la vista
judicial contra Marcos Rodríguez por la delación del paradero de los
combatientes revolucionarios Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá, Joe
Westbrook y José Machado (Machadito).
En la segunda vista del juicio, realizada el 23 de marzo del propio año,
Marcos Rodríguez fue hallado culpable de traición y sentenciado a muerte por
fusilamiento, dictamen llevado a cabo el 19 de abril de 1964, cuando se
cumplieron siete años de la masacre de Humboldt 7.
Pocos días después del juicio, Fidel visitó la Universidad y cuando
vio a Graciela, le pidió su opinión de cómo se había desarrollado el juicio
contra “Marquitos”. El momento quedó impreso en una foto memorable para mí
porque al hacer un paneo con su vista, Fidel me señaló y dijo: “tú también estabas
allí”.
Graciela le explicó que la había ayudado tomando notas taquigráfícas de
las declaraciones.
Tenía yo 20 años y había comenzado a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad. Todavía
seguía mi sueño de infancia de ser traductora o representante de Cuba ante las
Naciones Unidas, pero mi participación en ese juicio me marcó y preparó el
camino para una profesión que llevo ejerciendo 46 años.
Los profesionales cubanos haríamos un favor al país siguiendo las enseñanzas que legó Graciela, sobre todo priorizar la noticia, tan ausente en estos tiempos y tan necesaria para elevar la credibilidad de nuestros medios, exponiendo lo mal hecho con nombres y apellidos y lo bueno, sólo cuando sea verificado.